Por Soledad González – Graduada FCEDU-UNER
Este 24 de marzo es el primer año, en décadas ininterrumpidas, que no habrá marcha en las calles argentinas. El calendario indica otro 24M, en el centro de la curva vertiginosa de los días de aislamiento obligatorio.
Por primera vez, desde el retorno de la democracia, los familiares, las organizaciones de derechos humanos, los y las militantes de la patria grande que organizan las jornadas de lucha en todo el territorio han decidido no marchar para anteponer la solidaridad y la empatía en los tiempos de pandemia. En todas las comunicaciones se refuerza un mensaje constantemente: seguir las recomendaciones y medidas preventivas dispuestas por los gobiernos nacional, provincial y municipal para evitar la circulación del virus. “No marchamos pero sostenemos en alto las banderas de Memoria, Verdad y Justicia” dicen las cadenas de Whatsapp, los tuits, las stories de Instagram, los recordatorios de Facebook.
Mientras tanto en los hogares, cientos le ponen cuerpo y comparten la campaña de las Abuelas de Plaza de Mayo que invita a poner un pañuelo blanco en tu balcón, en tu puerta, en tu ventana, en tu terraza. Muchos y muchas se dan a la tarea de hacer el pañuelo combinando arte, juego y política. El pañuelo vuelve a cargar de sentido la marca simbólica; re-instala uno nuevo, de otra naturaleza que se sumará a los otros que se acumulan y se acumulan. Nuevas derivas se alzarán sobre los muros de todas las ciudades del país este 24M.
Esos pañuelos flamearán igualito que las banderas, e indicarán también “aquí vivo, sigo, resisto, me reinvento en este encierro. Esta es mi lucha, la lucha colectiva, la de la memoria y la historia de mi país. Hoy no puedo salir de casa, pero estoy convencido/a/e que retornarán los abrazos y que pisaré las calles nuevamente. Por ellos y ellas, por los nietos y nietas que nos faltan. Presentes, ahora y siempre”.
¿De qué estarán hechas las calles de la marcha remota?, ¿cuál es el desafío de este nuevo aniversario que enlaza de manera excepcional la memoria, la ciudad y una emergencia sanitaria de escala global?, ¿cuáles son los dispositivos nuevos de la memoria colectiva que se hilvanan con los tradicionales?, ¿cómo y quienes escribirán la crónica de las puertas, las ventanas y las terrazas con pañuelos?, ¿cómo serán esas fotografías del 2020?, ¿qué recorrido virtual tendrá este nuevo mapa con rutas cruzadas por otras luchas como el feminismo, la ecología y las disidencias?, ¿podemos fundar una espacialidad de la memoria en tiempos de aislamiento?
Les comunicadores, educadores y gestores culturales tenemos una gran tarea que es, por supuesto, multidisciplinaria, política y amorosa. En tiempos distópicos los puentes son una cuestión vital.
La memoria se re inventa, ramifica, pervive en nuevas prácticas sociales con sentido se ponen en tensión y juego. La fuerza del acontecimiento este año tendrá otros tonos, distintos, pero no menos contundentes. Seguramente con esta pandemia también aprendamos que el hogar también es territorio político.
Y ojalá -una vez más- sean les niñes quienes pregunten quiénes eran, qué pasó, por qué hacemos esto cada año y por qué no vamos a plaza. Que esa inquietud la que nos demuestre –persistente, inclaudicable- la potencia política de la memoria en marcha.
Fecha: 24/3/2020