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Gestión cultural: formas de nutrir y curar el tejido social

En este final de 2018, la Tecnicatura en Gestión Cultural de la FCEDU-UNER tiene el orgullo de saludar a sus dos primeras graduadas | María Elena Vásquez habló sobre las experiencias que la trajeron al espacio académico de la gestión cultural y cómo se teje con su cotidianidad vital y artística

María Elena Vásquez dice que no se siente cómoda con las definiciones: «A veces soy aire, roca o muro. A veces soy camino, o nada. Casi siempre soy bailadora». Entonces, quizás podríamos decir que es eso: bailadora. Pero «también me gusta ser madre bailadora, muro que baila, ser bailante… no siempre me sale», se ríe.

¿Y qué es ser bailante? Ensaya la respuesta con lentitud: «Es estar estando, disfrutando del paso actual, permitiéndose sorprenderse de ese paso actual y anhelando el paso siguiente. Es el estado de sorpresa que traerá el siguiente paso. Y el modo en que el vínculo entre los pasos va creando ese bailar».

También es Técnica en Danza Clásica, Técnica en Danza Contemporánea, bailarina profesional con orientación docente, Profesora de Educación Física; aunque se incomoda, otra vez, con identificarse al punto de quedar cristalizada, inamovible. «Le escapo a los formateos, y si una certificación te formateó la cabeza, estás al horno. Lo que soy es otra cosa», dice.

Como si fuera poco, desde diciembre de 2018, también es, junto con Susana Caro, una de las primeras graduadas de la Tecnicatura en Gestión Cultural de la FCEDU. ¿Cómo se lleva esa nueva «certificación» con el deseo perpetuo del movimiento?

 

A(r)mar la trama

Elena transita la danza desde los 7 años y los primeros trabajos desde los 16. Se ha desempeñado en distintas instituciones como la Escuela de Música, Danza y Teatro; la Escuela Municipal de Danza del Teatro 3 de Febrero; la Escuela Municipal de Circo; el Instituto Municipal de Expresiones Folclóricas Artísticas y Artesanales (IMEFAA) de Crespo y distintas agrupaciones relacionadas a lo artístico y lo deportivo.

Cuando le preguntan por qué llegó hasta la Tecnicatura en Gestión Cultural menciona, primero que nada, a la familia. Sus primeros contactos con lo artístico supone que llegaron con los genes: «Imagino que mi constante bailar nació conmigo» pero «que este ímpetu se canalizara como ‘hacer artístico’ en el ‘campo artístico’ fue idea de mis papás, yo sólo fui de su mano».

Sobre ellos cuenta que «no dedicaron la vida al arte como profesión, sin embargo, han sido muy poéticos, han estado cercanos a ese lugar lúdico-poético, que a la vez es introspectivo y, a la vez, es compartido con otros. El juego grupal en familia estaba siempre presente. Por ejemplo, los acertijos: a ver quién descubre… Y descubrir implicaba inventar», recuerda. A la vez, respecto de abocarse a lo cultural, «ahí pesa la historia», confiesa. «Las políticas argentinas entrelazadas a la convicción de mis padres sobre la necesidad de trabajar con el otro, para los otros, por lo otro, por un nosotres, en pos de un bien común«.

Todo eso, sin embargo, tuvo una resonancia –y también una disonancia– con sus experiencias laborales. «Descubrí que en ciertos ámbitos de trabajo, el espacio de debate, de reflexión, se toma a la ligera. En varias ocasiones veía que los hechos y las decisiones esenciales estaban más relacionadas con el apuro y con un modo de inercia tendiente a los intereses de algunas personas más posicionadas, que a decisiones a partir de la grupalidad».

En ese sentido, observa a través de un ejemplo «que para mí es muy contundente y lo percibo como una falencia grave», la ausencia de conversación aún en los ámbitos educativos-artísticos y de gestión cultural: «Tiene un recorrido más o menos coloquial, pero tiende a ser un conversatorio institucionalizado. Se reduce a ciertas palabras. Se ha perdido la palabra poética».

Todo eso vino a buscar Elena –o tal vez a dejar– a la Tecnicatura en Gestión Cultural: modos de construir grupalidad, de favorecer encuentros, «puentes que ayuden al otro o la otra a cruzar sus dificultades para acceder a la grupalidad», habilidades emocionales para comunicar desde lo que se está sintiendo, «vivencias para estar presente».

 

Una entusiasta de la carrera

«Conocía la facu por varias aristas, todas de disfrute. De las más hermosas han sido cuando bailábamos de la mano de Vero Kuttel. En ese tiempo pensé algo como que ‘si en la facu podía bailar es porque en ella hay algo que espera’, algo de lo posible», cuenta Elena acerca de sus primeros contactos con esta casa.

Trabajo performático dirigido por el artista plástico Luis Acosta

Es diciembre de 2015. ¿Cómo llegó, finalmente, la decisión de entrar a ese lugar que espera? «Creo que las casualidades también son parte del misterio de la vida. Cuando yo encuentro la carrera, hacía poquitos días se había abierto la inscripción y yo venía buscando espacios puntuales para repensar estas habilidades emocionales dentro de lo social. Lo que más me resonaba era Antropología. Pero cuando ví que todas esas palabras-espacios que yo buscaba, estaban dentro de la gestión cultural, sentí como si me estuviera esperando. Enseguida me inscribí y enseguida invité a un montón de gente. Me volví una entusiasta de la carrera. Lo mismo pasó en la segunda cohorte. Y sigo siendo entusiasta, porque soy entusiasta de la formación, de los espacios de reflexión y de creación. Le puse y le pongo fichas a la carrera«.

Volviendo a la pregunta del principio –el deseo y la necesidad del movimiento constante– Elena confiesa que sí tuvo miedos y que «sospechaba que las estructuras podían ser demasiado sólidas o demasiado frágiles». Sin embargo, asegura que se sintió cómoda desde el primer día: «Enseguida comprendí que si bien había estructura, eran las redes de seres las que provocaban el movimiento. Me encontré como en mi salsa, y si la salsa no me gustase por algo, sabía que se podía recondimentar, y que además podía contar con alguienes para hacerlo».

«La facu es un buen espacio para reflexionar sobre decisiones éticas que, a veces, no son simples y se toman a la ligera, o entre apuros que no son reales. La carrera me ha fortalecido en ese sentido. Considero que tanto en la facu como en mi propia práctica es importante estar atenta a estas inercias, apoyando a las verdaderamente reflexionadas o refrenando las que se imponen sin debates mediante», señala, retomando su diagnóstico sobre las experiencias institucionales atravesadas previamente.

Para terminar, se detiene a revisar algunas percepciones sobre el campo cultural en la región. A una posición de ciertos gobiernos y gobernantes «que están pendientes de su cargo por encima de sus funciones», entiende que está la potencia de respuesta de una comunidad que recrea «modos de democracia que nos arrimen herramientas para autoregularnos, sin volvernos subalternos de jerarcas». Para Elena, el campo cultural es un «espacio de disputa fuerte, sentir hibridado, pensamiento discutidor, existir creativo» y es el mundo autogestivo –como lo llama– el que «nutre y cura el tejido social»: «si no fuera así, el tejido corre el riesgo de desgranarse mientras sufre de inanición».

Entonces, «pienso que, como cualquier institución, el Estado es un fetiche si no es un nosotres mismes. Si no está en función de nuestros anhelos, nuestros sueños, nuestros amores, entonces es una mera fachada de especuladores. Para mí la apuesta está en el tejido social, en los grupos hibridados, en los encuentros. Lo que conozco como Gestión Cultural es para mí un modo de nombrar las formas de colaborar con el tejido«. Elena se imagina que es como en las danzas de rondas, donde cada quien baila como gusta, al lado de quien le toca y hay un centro posible en común.

 

Fecha: 26/12/18

 

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